Dia 20. Cómo Usar la Llave
de Oro
por Emmet Fox
La oración/meditacion te capacita para liberarte a ti mismo o liberar a cualquier otra persona de toda dificultad. Es la llave de oro de la armonía y la felicidad.
Para quienes no están familiarizados con el poder
más grande que existe, esto puede parecer una afirmación apresurada, pero sólo
bastará que se haga una honesta prueba para demostrar sin lugar a dudas que es
cierto. No necesitas creer en lo que se te diga al respecto, sencillamente,
pruébalo y verás.
Dios es omnipotente y hemos sido hechos a Su imagen
y semejanza, y tenemos dominio sobre todas las cosas. Ésta es la enseñanza
inspirada, y debe ser interpretada literalmente por lo que representa. Todos
tenemos la habilidad para disponer de este poder, no es la prerrogativa
especial del místico o del santo, como se supone frecuentemente, ni aun del
practicante mejor entrenado. Quien quiera que seas, donde quiera que estés, la llave de oro de la armonía se halla en tu mano
ahora mismo.
La razón de ello es que, en la oración/meditacion, Dios es el que
obra, no tú, por lo cual tus limitaciones y debilidades particulares no entran
para nada en el asunto. Tú eres únicamente el canal por medio del cual
tiene lugar la acción divina, y para recibir los beneficios de este
tratamiento, sólo tienes que hacerte a un lado. Los principiantes obtienen con
frecuencia resultados asombrosos con las primeras pruebas, porque lo único
esencial es mantener una mente receptiva y suficiente fe para probar el
experimento. Aparte de eso se puede mantener cualquier punto de vista religioso
o no tener ninguno.
En cuanto al método de funcionamiento, como todas
las cosas fundamentales, es la sencillez misma. Todo lo que tienes que hacer es
esto: Dejar de pensar en la dificultad, y
en su lugar pensar en Dios. Ésta es la regla completa y si no
haces más que esto, la dificultad, cualquiera que sea, no tardará en
desaparecer. No importa qué clase de dificultad sea. Puede ser grande o
pequeña; puede ser concerniente a la salud, las finanzas, un pleito judicial,
una riña, un accidente o cualquier otra cosa concebible; pero sea lo que fuere,
simplemente deja de pensar en ella, y en su lugar piensa en Dios —eso es todo
lo que tienes que hacer.
No podría ser más fácil, ¿verdad? Dios no pudo
haberlo hecho más simple y sin embargo, este método nunca falla cuando se
aplica debidamente. No trates de formar una imagen mental de Dios, lo cual es
imposible. Repite todo aquello que sepas acerca de Dios. Dios es: Sabiduría,
Verdad, Amor. Dios está presente en todas partes; tiene infinito poder; todo lo
sabe; y así sucesivamente. No importa lo bien que creas entender estas cosas;
repítelas sin cesar.
Pero debes dejar de pensar en la dificultad,
cualquiera que sea. La regla es pensar en Dios, y si estás pensando en tus
dificultades, es que no estás pensando en Dios. El observar incesantemente los
asuntos para ver cómo marchan, es fatal, porque esto equivale a pensar en el
problema, y debes pensar en Dios y en nada más. Tu propósito es remover el
pensamiento de la dificultad de tu conciencia, al menos por unos momentos y
sustituirlos por pensamientos de Dios.
… Si estás muy asustado o preocupado,
puede ser difícil al principio alejar tus pensamientos de las cosas materiales.
Pero repitiendo constantemente alguna expresión de Verdad absoluta que
consideres importante, tal como: Sólo existe el poder de Dios; yo soy un
hijo de Dios lleno y rodeado de Su paz; Dios es amor; Dios me guía; o quizás la más
sencilla de todas: Dios está conmigo —no importa lo
mecánico e inútil que al principio te parezca este tratamiento— pronto te darás
cuenta de que empieza a tener efecto y de que tu mente se aclara. No luches con
violencia, sino con quietud e insistencia. Cada vez que tu atención divague,
dirígela de nuevo a Dios.
No pretendas delinear por adelantado la solución que
probablemente deba tener tu problema. Eso sólo vendría a retardar la
demostración. Deja los medios y resultados estrictamente a Dios. Lo que tú deseas
es liberarte de la dificultad; con eso basta. Haz tu parte y Dios no fallará en
hacerla Suya.
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